Por Avelino Zurro.
Antonio Dal Masetto escribió esta novela de 143 páginas en la que contó la historia de un chico que vivía con sus padres en un pueblo del interior.
Su papá era obrero de la construcción y su mamá empleada doméstica, mientras el protagonista estudiaba en la escuela secundaria. Era un chico sin amigos al que le costaba sociabilizar y sufría humillaciones por parte de sus compañeros a las que nunca podía responder.
Su padre murió al caer de un andamio en una obra en la que trabajaba. Al chico y a su madre le contaron que no fue un accidente, el andamio no era seguro para trabajar y su padre lo había manifestado antes de morir. Ese hecho le produjo odio hacia su pueblo y todo lo que pasaba a su alrededor. Tuvo que empezar a trabajar para ayudar económicamente a su madre, sin dejar de ir a la escuela.
Un domingo cualquiera, al borde de la zanja que pasaba delante de su casa vio caminando por la calle de tierra a un hombre que se detuvo frente a él, lo saludó y le dijo:
- ¿No te gustaría ser boxeador?
Sorprendido tardó en contestar
- ¿Boxeador?
-Sí, boxeador. A ver, párate.
Con desgano se paró. Tenía puesta una musculosa.
- ¿Qué edad tenés?
-Dieciséis.
-Tenés buenos brazos, buena estatura, buen físico. Boxeador.
El hombre en cuestión era Ramírez, representante de boxeadores del club Pampero. En ese primer encuentro trató de convencerlo para que vaya un día a probar al gimnasio, a ver las instalaciones, a lo que el chico se negó. No le gustaba la violencia, le huía.
Ramírez volvió a la carga y le dijo:
-El boxeo es un arte, una habilidad, inteligencia, fuerza de voluntad.
El chico le contestó que no le gustaban las peleas y no fue al gimnasio. Siguió trabajando y yendo al colegio hasta que apareció nuevamente Ramírez. Lo convenció para que se inicié en el boxeo y lo llevó al club.
El Pampero estaba en una calle de tierra y cuando estuvieron frente a la puerta, Ramírez le comentó:
-Vamos, muchacho, este momento puede ser el comienzo de un gran cambio en tu vida.
Juntos cruzaron un salón con un mostrador a un costado, estantes con botellas y algunas mesas, una de esas, ocupada por cuatro hombres jugando a las cartas.
Salieron por la puerta de atrás y pasaron junto a dos canchas de bochas. Más allá había un par de gallinas escarbando la tierra en una zona de sombras. Al fondo, un galpón de chapas. Ramírez dijo:
-El gimnasio.
El chico contó que lo poco que sabía de un gimnasio de boxeo lo vio en alguna película. Cuando entraron aquello no le pareció gran cosa. Había tres muchachos, uno dándolo duro a una bolsa de boxeo, otro saltando la cuerda y el tercero en el ring tirando trompadas al aire. El ring no estaba elevado sino a ras del suelo.
Después de mostrarle todos los rincones del gimnasio, Ramírez, tocándose con un dedo la cabeza, le explicó:
-Pero todo está acá, la verdadera arma de un boxeador está acá.
Siguió hablando de los comienzos de un boxeador, del entrenamiento, de cómo llegar a una buena pegada, de la velocidad, de la importancia de las piernas para desplazarse, lanzar golpes y esquivar. Le habló de ataque y defensa.
El chico empezó a ir al gimnasio después de trabajar en la obra, pero no se lo comentó a su mamá. Practicaba y memorizaba los golpes: jab, cross, crochet, uppercut, hook, swing. Meses y semanas de entrenamiento intenso.
En el patio de la casa construyó una bolsa de boxeo y la colgó, cuando su madre la vio, le explicó todo. Ella no estaba de acuerdo con que lo practique pero el gimnasio era una isla en ese pueblo que odiaba.
Cuando subía al ring experimentaba respeto por los que tenía enfrente. Esos muchachos eran como un reflejo de sí mismo, eran iguales a él, cada cual cargando vaya a saber qué historia, trataban de abrirse paso en la vida a las trompadas.
La madre empezó a tener problemas de salud por lo que dejó de entrenar para cuidarla. Al principio a Ramírez no le importaba esa situación, quería que vuelva al gimnasio.
Mientras acompañó a su mamá en sus dolencias llegó a la final de un campeonato regional. La pelea fue contra el boxeador local al que le dieron un triunfo en las tarjetas que no se condecía con lo sucedido durante los rounds de la pelea. La frustración por el robo boxístico fue muy grande.
Ante esa injusticia, otra más que sufría en su vida, abandonó el boxeo. Posteriormente su madre murió y tomó la decisión de dejar su pueblo para olvidar por completo la vida que llevaba.
Viajó para la Capital Federal y se instaló en una pensión del Centro. Vivió un montón de experiencias y algunas frustraciones laborales hasta que un conocido le recomendó que vaya a trabajar a un circo. Se sumó a uno en el que realizaba el número final en el último día de función en los pueblos que visitaba: una pelea entre el boxeador del circo contra un desafiante local.
Así comenzó una nueva vida donde encontró el amor, conoció personas y viajó por muchos lugares de la Argentina.
Hasta que llegó el turno de entrar a su antiguo pueblo y reencontrarse con todo lo que le había producido humillaciones, odio y dolor durante su vida. Los sentimientos que acumuló los resolvió sobre un ring de boxeo en la última función del circo y a partir de ese momento la novela tiene un giro inesperado hasta llegar a su final.
La contratapa del libro la escribió Guillermo Saccomano quien además fue el editor de la novela y cuenta que el autor tenía graves problemas de salud mientras la escribía.
Por eso le enviaba de a capítulos para que los vaya editando. Los últimos eran al borde de la muerte, entregándole el final días antes de morir. Así Dal Masetto llegó con esa entrega al asalto final de su vida.
'La última pelea' debería leerse teniendo en cuenta esta doble circunstancia: en la ficción, el muchacho decide su destino en una pelea crucial y en la realidad, el escritor mientras escribía esta novela entablaba su pelea solitaria contra la muerte.
La Última Pelea de Antonio Dal Masetto. Editorial Sudamericana. 143 páginas. Primera edición. Año 2017.