Por Avelino Zurro.
El 24 de marzo de 1976, una junta militar integrada por los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional encabezado por María Estela Martínez de Perón.
Las Fuerzas Armadas asumieron el poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos. Para aplicar el proyecto de esos grupos, que consistía en garantizar una mayor concentración de las riquezas, fue necesario destruir las organizaciones político-sociales que luchaban por impedirlo.
Pocos días después, la junta designó como presidente a uno de sus integrantes, el jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, quien fue presentado en un comunicado de prensa oficial como 'un profesional moderado, lejano de los extremos ideológicos y militante católico'.
Se había perpetrado un nuevo golpe de Estado que, al igual que los anteriores, contaba con el apoyo de importantes sectores, sobre todo de los grandes grupos económicos, nacionales y extranjeros, medios de prensa que colaboraron en la preparación de la sociedad para aceptar el golpe como única alternativa para salir de la crisis, la Iglesia Católica y dirigentes políticos y sindicales que aunque no dieron un apoyo explícito tampoco se pronunciaron en contra.
El peronismo y el radicalismo no resistieron el golpe como se esperaba, ya que sus dirigentes más tradicionales guardaron, en general, un cómplice silencio. Los sectores más combativos ya no tenían capacidad de respuesta, debilitados por el accionar de la Triple A.
Las Fuerzas Armadas pusieron todos los resortes del Estado al servicio de una represión sistemática y brutal contra todo lo que arbitrariamente definían como el 'enemigo subversivo'. Los crímenes cometidos por los militares son hoy denominados en el derecho internacional como 'delitos de lesa humanidad'.
Treinta mil desaparecidos, 400 niños robados y un país destruido fue el saldo más grave de la ocupación militar.
EL BOXEO DURANTE LA DICTADURA MILITAR.
Miguel Angel Castellini perdió el titulo ante el nicaraguense Eddie Gazzo en 1977. A Miguel Angel Cuello se le fue en 1978 el cetro medio pesado que habia obtenido en 1977 ante Jesse Burnett. Al mendocino Hugo Pastor Corro le quitaron en 1979, en una pelea que le dieron por perdida pero no perdió con el italiano Vito Antuofermo, el cinturón de campeón mediano que se habia calzado en 1978 al superar a Rodrigo Valdez. Y ya no habría un campeón así. Múltiples procesos del boxeo internacional y del boxeo argentino y la modificación de los modos de hacer negocio en este deporte dieron señales en los setenta de que habría más campeones y que durarían menos.
Victor Galíndez se desentendió de esa lógica, arriesgo muchas veces su condición campeona de los medios pesados y pagó por ese riesgo en la más brutal de sus peleas, la que, entre sangres abundantes y visiones mínimas, le ganó al estadounidense Richie Kates en Sudáfrica el 22 de mayo de 1976. Esa confrontación se siguió por la televisión en una Argentina doblemente estremecida por el boxeo, ya que al mismo tiempo llegó la noticia de la muerte de Ringo Bonavena, alguien que había fabricado adhesiones y rechazos tan profundos como la congoja de masas que movilizó su asesinato en los Estados Unidos.
Galíndez se sostuvo en su trono hasta que en 1978 perdió con Mike Rossman, al que volvió a vencer el año siguiente para retener su título hasta que se lo arrebató Marvin Johnson.
Al chaqueño Sergio Victor Palma, entrenado en los golpes y en la guitarra, capaz de sacarle poesia a las palabras, el reinado de los supergallos se le extendió casi dos años entre su victoria en 1980 contra Leo Randolph y su caida en 1982 frente a Leo Cruz, que ocurrió en medio de la guerra de Malvinas.
De Huinca Renancó, plena Córdoba, Santos Benigno Laciar, Falucho para amigos y para público, ya fue de un alcance más largo y eso hizo comprender que lo gratularan con el Olimpia de Oo no solo en 1982, sino tambien en 1983 y 1984. Pudo meterse en la lista de los campeones de duración en casa porque en 1981 tuvo y dejó de tener su título mundial de los moscas, pero recuperó en 1982, lo retuvó hasta 1985 y después se atrevió a mutar a supermosca y decidió ser campeón de nuevo.
De Villa María, otra vez Córdoba, salió la brevedad campeona de Gustavo Ballas en 1981, el mejor de los gallos por un ratito de acuerdo con las normas, el mejor estilista del boxeo argentino en mucho para los expertos, capaz de hacer evocar a Nicolino Locche en un moviemiento, en dos o en tres.
No pudo retornar al rol de campeón en otros dos intentos y, sin embargo, los críticos y los espectadores le elogiaron la técnica y la inspiración, casi como una prueba de que hubo y hay meritos iguales o mayores que los campeonatos.
Victor Echegaray, Manuel González, Juan Domingo Malvárez, Walter Gómez, Eduardo Yanni, Domingo D ´Elia, Juan Antonio Figueroa, Ramón Reinaldo Cerrezuela, Abel Bailone, Mario Ortiz, Oscar Méndez y Alfredo Cabral integraron una lista informe e inconclusa de nombres que supieron de crónicas largas por lo que hacían cerrando los puños. Se iban unos, venian otros. El boxeo coleccionó entre el final de los setenta y el comienzo de los ochenta campeones, aspirantes bien cercanos a campeones y otros que ofrendaron corazón, técnica o las dos cosas, las manos rudas o cansadas, lo que pudieron con el brazo izado o con los huesos en el suelo. Como toda historia.
Fuentes:
*Fragmento del libro 'Lo pasado pensado, entrevistas con la historia argentina (1955/1983)' de Felipe Pigna, adaptado para el sitio web 'El Historiador'.
*'Deporte Nacional. Dos siglos de historia'. Ariel Scher, Guillermo Blanco y Jorge Búsico. Editorial Emecé. Año 2010.